Quienes me conocen saben que soy una persona controversial y
que me gusta siempre dar un paso más (una
forma más original de buscarle la quinta pata al gato). Es más, en la
secundaria uno de mis mayores placeres era discutir con los profesores cuando
sentía que enseñaban de manual y no podían explicarme lo que pretendían que
recuerde.
En esta entrega pretendo referirme a una de mis pasiones e
imagino la de muchos de ustedes: el deporte.
En algún momento de la historia alguien decidió que para reforzar
el aspecto recreacional del deporte era necesario premiar, de la misma forma
que a la figura, al fair play. Como lo indica su nombre, este premio galardona
al jugador o equipo que se destacó por no cometer faltas, no recibir tarjetas,
no romper las reglas, o similar, dependiendo del juego o deporte. La cultura
del fair play se volvió cada vez más popular y hoy en día en casi todo torneo
se entregan distinciones de este tipo.
Por la forma en que comenzó este post confío en que muchos
de ustedes se imaginarán que yo estoy terminantemente en contra del fair play.
Están en lo correcto. Esta distinción, a mi entender, no logra más que censurar de alguna manera
ciertos aspectos del juego que los jugadores podrían decidir utilizar. Para
quienes hasta aquí no están de acuerdo conmigo, que confío que sean muchos, les
pregunto: ¿Para qué existe un reglamento especificando que es permitido y qué
no? ¿Para qué existen las tarjetas o instancias similares según el juego?
El fair play sería útil si consideráramos que el reglamento
y las tarjetas son sanciones. Y aquí viene lo polémico: para mi no lo son.
Según mi punto de vista no son sanciones sino límites, márgenes que el jugador
puede utilizar a conciencia con el objetivo de salir vencedor. Todos los
deportes tienen un sistema determinado de apercibimientos que el jugador puede
manejar según su criterio. A lo que me refiero es que a los efectos del partido
en cuestión, no cambia que un jugador este o no amonestado, tenga 1 o 4 faltas
personales acumuladas, etc. Estos son recursos legítimos que poseemos como
deportistas y que tenemos que saber manejar para no pasarnos del límite final
que nos puede dejar fuera de juego.
Además, estamos omitiendo hasta aquí un factor fundamental:
el árbitro. Hoy en día existe la tecnología para que todos los deportes puedan
ser juzgados por máquinas que no se confundan y hagan cumplir el reglamento y
sin embargo en la mayoría estos instrumentos no aparecen o lo hacen para
situaciones puntuales (como el ojo de
águila en tenis).
¿Ustedes creen que nos siguen dirigiendo humanos porque no
existen otros mecanismos? Yo creo que no. Considero que el juez de un partido
es un jugador m
ás y es responsabilidad y parte de la astucia de los
jugadores el saberlo aprovechar. El árbitro se equivoca, puede ser engañado,
tiene preferidos y menospreciados. ¿por qué entonces castigamos al jugador que
se tira en el área buscando un penal, diciendo que es un actor, mala leche
etc.? Un jugador que decide actuar un penal puede salir beneficiado o, en caso
contrario, recibir una amonestación, que no es bajo ningún concepto un castigo
sino más bien un apercibimiento por no haber actuado lo suficientemente bien
como para poder convencer al encargado de cobrar. “El que no arriesga no gana”.
Si no tuviera ningún tipo de peligro el actuar un penal, el juego perdería la
gracia. Es necesario que el jugador tenga algo que perder, para que sólo los
más pillos lo intenten. En resumen,
el error del árbitro es parte del juego y es mérito del jugador instarlo a
equivocarse.
En fin, opino que todo lo que no está penado por el
reglamento puede ser utilizado en pos de la victoria y que las cosas que si
están contempladas, para ser sancionadas, tienen que ser vistas por una persona
que por suerte puede equivocarse. Entonces, el deporte desde su esencia nos
invita a jugar al límite, a ganar no
únicamente por nuestra capacidad atlética o deportiva, sino también por nuestra
frialdad y astucia mental. ¿Quién nos prohíbe utilizar las debilidades de
nuestro rival para desconcentrarlo del partido y así ganar? Yo creo que este
recurso es tan válido como el de ser más capaz en el deporte en cuestión.
Por todo lo ya dicho, vuelvo a la cuestión central de esta
reflexión. Si nadie nos premia por no meter el gol o no embocar en el aro o no
pasar la red, ¿Por qué si nos premian por no usar la cabeza? Sinceramente,
espero nunca recibir el premio al fair play.
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