miércoles, 31 de octubre de 2012

Banalización


Banalizar significa transformar algo trascendente, único y especial, en algo poco importante y usual. Es decir, que algo exclusivo deje de serlo y pase a ser intrascendente. Quienes intentan mantener a un producto en la vanguardia, preservar la memoria de un hecho o proteger un elemento de lujo, buscan constantemente evitar que su objeto sea banalizado. Buscan mantenerlo único y al alcance de unos pocos. Aquí aparece, por ejemplo, el marketing y el diseño.
Pero de lo que quiero hablar en esta publicación es de la banalización de hechos, de situaciones ocurridas en el pasado. Está claro que este no volverá a repetirse de igual manera y que las futuras generaciones no podrán vivenciarlo. Por eso es que la historia se encarga de remarcarnos la unicidad que pueden haber traído determinados momentos. Para ir a algo más concreto, tomemos el caso del fútbol: Maradona fue el mejor jugador de la historia, para muchos inigualable. Hoy en día ese galardón está en duda dado el exorbitante nivel de Messi, pero hace 6 años se lo comparaba al Diego con Ronaldinho, hace 10 con Zidane y de más está mencionar las históricas comparaciones con monstruos como Pelé y Cruyff. Entonces, si todos ellos están al nivel de Maradona, fue tan excepcional él? Si a cada gran jugador lo comparamos con el mejor de todos los tiempos, entonces todos son los mejores de todos los tiempos, entonces nadie es el mejor de todos los tiempos.

 Ahora si quiero dirigirme al motivo que me llevó a escribir sobre este tema. Últimamente es terrible y me indigna muchísimo la banalización que existe de la Shoá (Holocausto). Una recorrida por la ciudad es suficiente para escuchar a dos amigos hablando y usando el término Nazi como adjetivo entre ellos, o para ver algún graffiti con Macri portando el brazalete con la svástica. Sin ir más lejos, en la última manifestación masiva en Plaza de Mayo podían observarse pancartas que comparaban a CFK con Hitler y no nos olvidemos de las declaraciones de la notable Hebe de Bonafini al asegurar que Gaza es peor que Auschwitz.
Si todos los que piensan diferente son como Hitler, entonces que tuvo Hitler de especial?
Si las agrupaciones kirchneristas son como la juventud hitleriana, entonces esta última sólo era un grupo de pibes movilizados por una idea?

En situaciones de hoy pueden encontrarse ciertos aspectos relacionados con situaciones de ayer, pero hoy es hoy y ayer es ayer. Hitler fue un loco a un nivel espeluznante y eso lo hace único. Si cada vez que encontramos alguna característica suya en alguien inmediatamente los asociamos, entonces todos son Hitler y por consiguiente, nadie es Hitler.

Sin embargo, hay que tener otra cosa en cuenta. Si hablamos de banalización y todo es banalización, entonces nada es banalización. Y he aquí el problema central: como escribe Sergio Pikholtz, estamos banalizando la banalización. No es lo mismo decirle a un amigo nazi que asegurar que Gaza es peor que Auschwitz. Si bien en cierto modo ambas cosas implican una banalización del Holocausto, si se ponen al mismo nivel ambas declaraciones, las más graves pierden unicidad y se vuelven intrascendentes.

En conclusión, mi opinión es que bajo ningún concepto hay que banalizar absolutamente nada y principalmente, no hay que banalizar a la banalización 



miércoles, 24 de octubre de 2012

Ignoremos a la rubia



Varios amigos y gente que me conoce, al darme sus devoluciones de las primeras publicaciones me dijeron: ¿Por qué no escribís algo sobre Teoría de los Juegos? y remataron con el agravio (innecesario) vos que sos tan enfermito por esa boludez!
Afortunadamente para todos, la Teoría de los Juegos no es ninguna boludez. Por el contrario, su desarrollo es a mi entender uno de los mayores logros del ser humano. Para los que crean que por Teoría de Juegos me refiero a tácticas y estrategias para ganar al Ludo Matic, les dejo esta magnífica escena de la película "A beautiful mind" que cuenta la vida de John Forbes Nash, genio según mi criterio al nivel de Einstein, Poe, Beethoven, Newton y Da Vinci.



No me da verguenza admitir que este video me emociona hasta las lágrimas. Con simpleza y un ejemplo de lo más cotidiano, se nos ilustra una teoría cuyo desarrollo se orientó a las ciencias sociales pero que yo creo que debería trasladarse a todos los ámbitos y rincones de nuestras vidas.

Somos educados por un mundo competitivo, en donde se nos enseña que debemos buscar el máximo beneficio personal. Aquí aparecen palabras tales como egoísmo, egocentrismo, individualismo, voracidad, etc. Yo sin embargo, las resumo a todas en una sola: Idiotez.
La persona que cree que pensando únicamente en sí misma va lograr los mejores resultados, es una idiota. Y no lo digo para estimular la solidaridad o el deseo de ayudar al prójimo. Inevitáblemente, si uno quiere lograr lo mejor para sí mismo va a tener que cooperar y no competir.

Esto puede sonar un tanto contradictorio pero lo que Smith, Ricardo y los liberales se olvidaban es que todos buscamos el máximo beneficio y todos al mismo tiempo. Esto obviamente lleva a que nos bloqueemos mutuamente y ninguno pueda llegar a su objetivo.

¿Es imposible empezar a regirnos por la cooperación? es interesante pensar como los aspectos de la conducta social que se encuentran dentro del marco de la Teoría de los Juegos son un éxito mientras que los otros van de mal en peor. Permítanme explicarme:
Yo creo que no existe acto más relacionado con las conclusiones de la Teoría de los Juegos que el hecho de que cada ciudadano, individualmente, se levante un domingo por la mañana, haga una fila de 20 minutos (con suerte) y ponga un voto en una urna. Mancur Olson explica que este no es el curso lógico del accionar del individuo. Si en Argentina somos 40 millones de personas, ¿qué cambia si yo no voto y me quedo en casa durmiendo?  Y he aquí, la paradoja del free-rider. Si el "vivo" que se queda durmiendo es uno solo, no pasa nada. Ahora si todos hacemos lo que nos conviene individualmente, entonces nadie vota. Sin embargo y contra todas las expectativas, los días electorales dejamos un rato de lado nuestro beneficio personal y nos sumergimos en el deber colectivo.
Ahora, por el contrario, analicemos la economía. No hay escuela capitalista más estúpida que el liberalismo y por transitividad, el neoliberalismo. Pensar que al beneficio grupal se llega por medio de la búsqueda del beneficio individual podría haberse visto como una idea revolucionaria hace varios siglos pero hoy en día no es más que una mentira. Piensen los problemas de los que se habla en la televisión. Casi todos tienen que ver con motivos económicos; la economía no está fucionando bien y el problema está en que competimos el uno contra el otro y no cooperamos. Como dice Nash: "El mejor resultado es producto de que todos en el grupo hagan lo mejor para sí mismos y para el grupo".

Adam Smith estaba equivocado, y nosotros que lo seguimos escuchando, mucho más.


miércoles, 17 de octubre de 2012

Fair Play



Quienes me conocen saben que soy una persona controversial y que me gusta siempre dar un paso más (una forma más original de buscarle la quinta pata al gato). Es más, en la secundaria uno de mis mayores placeres era discutir con los profesores cuando sentía que enseñaban de manual y no podían explicarme lo que pretendían que recuerde.
En esta entrega pretendo referirme a una de mis pasiones e imagino la de muchos de ustedes: el deporte.
En algún momento de la historia alguien decidió que para reforzar el aspecto recreacional del deporte era necesario premiar, de la misma forma que a la figura, al fair play. Como lo indica su nombre, este premio galardona al jugador o equipo que se destacó por no cometer faltas, no recibir tarjetas, no romper las reglas, o similar, dependiendo del juego o deporte. La cultura del fair play se volvió cada vez más popular y hoy en día en casi todo torneo se entregan distinciones de este tipo.
Por la forma en que comenzó este post confío en que muchos de ustedes se imaginarán que yo estoy terminantemente en contra del fair play. Están en lo correcto. Esta distinción, a mi entender,  no logra más que censurar de alguna manera ciertos aspectos del juego que los jugadores podrían decidir utilizar. Para quienes hasta aquí no están de acuerdo conmigo, que confío que sean muchos, les pregunto: ¿Para qué existe un reglamento especificando que es permitido y qué no? ¿Para qué existen las tarjetas o instancias similares según el juego?
El fair play sería útil si consideráramos que el reglamento y las tarjetas son sanciones. Y aquí viene lo polémico: para mi no lo son. Según mi punto de vista no son sanciones sino límites, márgenes que el jugador puede utilizar a conciencia con el objetivo de salir vencedor. Todos los deportes tienen un sistema determinado de apercibimientos que el jugador puede manejar según su criterio. A lo que me refiero es que a los efectos del partido en cuestión, no cambia que un jugador este o no amonestado, tenga 1 o 4 faltas personales acumuladas, etc. Estos son recursos legítimos que poseemos como deportistas y que tenemos que saber manejar para no pasarnos del límite final que nos puede dejar fuera de juego.  
Además, estamos omitiendo hasta aquí un factor fundamental: el árbitro. Hoy en día existe la tecnología para que todos los deportes puedan ser juzgados por máquinas que no se confundan y hagan cumplir el reglamento y sin embargo en la mayoría estos instrumentos no aparecen o lo hacen para situaciones puntuales (como el ojo de águila en tenis).
¿Ustedes creen que nos siguen dirigiendo humanos porque no existen otros mecanismos? Yo creo que no. Considero que el juez de un partido es un jugador ms﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽s porque no existen otros mecanismos? Yo creo que no. Considero que el juez de un partido es un jugador más y es responsabilidad y parte de la astucia de los jugadores el saberlo aprovechar. El árbitro se equivoca, puede ser engañado, tiene preferidos y menospreciados. ¿por qué entonces castigamos al jugador que se tira en el área buscando un penal, diciendo que es un actor, mala leche etc.? Un jugador que decide actuar un penal puede salir beneficiado o, en caso contrario, recibir una amonestación, que no es bajo ningún concepto un castigo sino más bien un apercibimiento por no haber actuado lo suficientemente bien como para poder convencer al encargado de cobrar. “El que no arriesga no gana”. Si no tuviera ningún tipo de peligro el actuar un penal, el juego perdería la gracia. Es necesario que el jugador tenga algo que perder, para que sólo los más pillos lo intenten. En resumen, el error del árbitro es parte del juego y es mérito del jugador instarlo a equivocarse.

En fin, opino que todo lo que no está penado por el reglamento puede ser utilizado en pos de la victoria y que las cosas que si están contempladas, para ser sancionadas, tienen que ser vistas por una persona que por suerte puede equivocarse. Entonces, el deporte desde su esencia nos invita a jugar al límite, a ganar no únicamente por nuestra capacidad atlética o deportiva, sino también por nuestra frialdad y astucia mental. ¿Quién nos prohíbe utilizar las debilidades de nuestro rival para desconcentrarlo del partido y así ganar? Yo creo que este recurso es tan válido como el de ser más capaz en el deporte en cuestión.
Por todo lo ya dicho, vuelvo a la cuestión central de esta reflexión. Si nadie nos premia por no meter el gol o no embocar en el aro o no pasar la red, ¿Por qué si nos premian por no usar la cabeza? Sinceramente, espero nunca recibir el premio al fair play.

viernes, 12 de octubre de 2012

Lo políticamente incorrecto



Bienvenidos a mi blog. Me gusta escribir, me gusta decir lo que pienso. Encontré esta forma. Posiblemente pase mucho tiempo entre post y post, quizás no. Tal vez me conozcas y tal vez no. Lo que me importa que te llegue cada oportunidad que me leas es una idea y la idea de la que quiero hablar hoy es la de lo políticamente incorrecto.

Durante la historia nos mandamos muchas cagadas como especie, algunas realmente terribles. Pasamos por monarquías, aristocracias, esclavitud, autoritarismos, masacres, holocausto, apartheid, etc. El siglo XXI comenzó con la idea fija de que todos somos iguales y de que el que considere lo contrario es un facho o un nazi. Se armó una idea alrededor de lo que es lo políticamente correcto, es decir, como debemos comportarnos cuando nos relacionamos con los demás para no ser socialmente mal vistos. Entonces, nos enseñan cómo debemos decir las cosas, que términos no debemos utilizar y cuáles si. Hasta hace poco yo me consideraba un fan de lo políticamente correcto. Me encantaba corregir a amigos cuando llamaban oriental a algún asiático por ejemplo. Sin embargo, hace poco presencié un debate donde cambió un poco mi opinión y a partir de ahí me empezó a parecer no sólo importante, sino también sano y prometedor lo políticamente incorrecto.

No quiero extenderme contando cómo fue el debate en cuestión pero hay algunos puntos que son importantes recalcar. Yo estaba como oyente y un orador, hablando de la discriminación, dijo la frase hecha: "No seamos intolerantes". Ni bien tuve la oportunidad pedí la palabra y le pregunté si al pedirnos que no seamos intolerantes, nos estaba aconsejando por consiguiente que seamos tolerantes. A partir de ahí comenzó una discusión sobre el significado semántico de la palabra que no viene al caso, pero la verdad es que me dejó pensando mucho y pude sacar algunas conclusiones.
Lo políticamente correcto es ser tolerante. Es decir, soportar (casualmente tolerare en latín), aguantar, no hacer nada al respecto. ¿Yo quiero que sean tolerantes conmigo? ¿eso es un símbolo del progreso? Yo conjeturo que no. Creo que siendo tolerantes y políticamente correctos no modificamos de manera alguna nuestra conducta discriminatoria y separatista. A mi entender, esta se afianza al intentar negar las cosas que nosotros pensamos, cuando las tapamos con lo que decimos. Sentimos de una forma, no lo neguemos porque si lo negamos vamos a seguir sintiendo de la misma forma  y no vamos a poder encontrarnos auténticamente con el otro.

Mi propuesta es quizás un tanto revolucionaria. A mi entender el camino para progresar como sociedad es el camino de la autenticidad. Digamos lo que pensamos y no lo que el otro quiere escuchar. De esa forma posiblemente nos ganemos enemigos, insultos y hasta golpes. Pero una cosa es segura y es que vamos a aprender. Si una persona cree que el chico que cuida los autos en la cuadra de su casa va a robarle, no le sonría cada vez que lo vea para hacerse el amigo y zafar porque de esa manera, el prejuicio nunca va a desaparecer. Por el contrario, esa persona debe acercarse al chico y plantearle su impresión. Si, la posibilidad de que le roben existe, pero muy probablemente el chico invite a nuestro hipotético sujeto políticamente incorrecto a conocerlo. A partir de ahí el vínculo será genuino y la persona habrá modificado su conducta.

Conclusión: Seamos políticamente incorrectos.