En los torneos de ajedrez a veces te toca jugar con las blancas y a
veces con las negras. Esta vez, nos asignaron las negras y la partida
la comenzó el conjunto rival. Como si eso fuera poco, ellos llegaban con
las de ganar, habían vapuleado rápidamente en el partido anterior al
favorito del torneo con un jaque mate pastor y ahora arrancaban
controlando el ritmo de juego, moviendo a su gusto a sus rivales con
movimientos coordinados y prolijos de sus fichas.
Sin embargo, sus primeros intentos fueron contundentemente
frustrados por las torres negras, Ezequiel Garay y Martín Demichelis,
que con esfuerzos y movimientos laterales notables protegían
incansablemente a su rey. Estamos hablando en este último caso de Sergio
Romero, el monarca al que todos debían proteger y ningún blanco estaba
autorizado a acercársele. Había comenzado el torneo criticado pero a lo
largo del mismo, con movimientos cortos pero precisos, había demostrado
ser el rey que podía proteger a su conjunto en las situaciones más
delicadas y llevarlo al campeonato. Importante en este aspecto es
resaltar la confianza que tuvo en él el estratega de las negras,
Alejandro Sabella, creador de una identidad de juego y de un espíritu de
equipo pocas veces visto en unas fichas de ajedrez.
Una vez que el juego se normalizó y la ventaja del arranque había
quedado en el pasado comenzaron a aparecer los alfiles de las negras,
Ezequiel Lavezzi y Enzo Perez, que con diagonales profundas y
puntillosas lastimaban al rival poniéndolo en jaque en más de una
oportunidad. Capítulo aparte para la joyita del conjunto, a primera
vista sólo una ficha más, pero con características y habilidades
excepcionales. Estamos hablando de la reina, Leonel Messi, quien se
puede mover para cualquier lado, con movimientos cortos o largos,
horizontales, verticales o diagonales. Pudo también poner en jaque en
repetidas oportunidades a las blancas pero no fue lo suficientemente
preciso para liquidar la partida.
No podía olvidarme de mencionar al caballo que las
negras asentaron en el medio del tablero para organizar y liderar al
resto de sus fichas. Estamos hablando de Javier Mascherano, prolijo,
apasionado y que con movimientos inesperados y especiales cubría todos
los espacios y evitaba que las blancas pudieran ocupar los casilleros
libres para poner en peligro de esa forma al conjunto rival.
El partido fue digno de ser la final de un torneo
mundial de ajedrez. Ambos estrategas sacaron lo mejor de cada una de sus
fichas y pusieron repetidas veces a su rival contra las cuerdas pero,
un poco suerte un poco concentración y un poco calidad, fue la
parcialidad blanca la que finalmente pudo ganarlo con un ataque
coordinado y preciso al final del juego.
Jaque Mate.