martes, 25 de diciembre de 2012

Regreso al infinito (cuento)



Ansiado había sido el feriado que ese lunes de Noviembre le permitía a Omar pasar el día en casa, en familia. El asado de la noche anterior, acompañado de un vino barato y la relajación de saber que el despertador no sonaría a las 06:30hs del día siguiente, llevaron a que Omar pudiera ser despertado por Luciana, su hija de 3 años.
- Llevame a la plaza pá - dijo la niña en un tono que a su padre no hizo más que hacerle recordar a su esposa, Jimena. Se río para sus adentros, jactándose de lo mucho que se parecían las dos mujeres a las que más amaba y hasta dedicó un instante a recordar a su difunta madre.
Se lavó la cara, se cepilló los dientes, tomó un café y luego de vestir a su hija, partieron para la plaza. ¿Cómo iba a negarse a tan hermoso e inocente pedido? ¿Qué mejor forma de pasar el día que viendo a Luciana sonreir?

Mientras pensaba en todo esto llegaron a la plaza. Había una calesita, manejada por Atilio, el mismo viejito que muchos años antes gambeteaba sutílmente la sortija con su mano derecha, tarea que ahora realizaba su sobrino. También estaba el puestito de helados de Don Américo y había algunos toboganes y hamacas en la zona del arenero. Omar sabía por experiencia propia que Luciana querría ir diréctamente a las hamacas. El sospechaba que para ella ir a la plaza únicamente significaba ir a las hamacas. Luego de ofrecer en vano cualquier otra opción, enfilaron hacia la zona del arenero y la niña corrió hasta sentarse en el asiento para luego esperar a que su papá comience a hamacarla. Fue así que comenzó el cansador, rutinario pero gratificante esfuerzo de sacarle una sonrisa a su hija cada vez que Omar le daba un suave empujón a su espalda.

Varias veces intentó conversar con ella pero se le hizo imposible ya que la cría estaba en un mundo diferente en el que únicamente existían ella, el viento y la hamaca. Fue así como entre empujón y empujón Omar se relajó y dejó de pensar en los problemas con su jefe, con las facturas a pagar y con su mujer para  retirarse, al igual que su hija, a un mundo en el que existía sólo él, el tiempo y el espacio.
Y fue así también como Omar comenzó a sentirse confundido, había algo que cada vez que empujaba a su hija se le transformaba en pensamiento y luego volvía a desaparecer en su inconsciente. Algo estaba pasando, él lo presentía. Algo estaba mal, el lo sabía. Omar ya se había transportado a otro mundo, mucho más profundo aún, infinitamente profundo creía él, en el que no podía comprender las cosas que hace unos minutos le preocupaban. Ahora su dominio era únicamente el instante del tiempo y el punto del espacio en el que se encontraba.

En ese momento ocurrió algo maravilloso, la articulación de una idea, pero no únicamente de una idea, sino de la idea porque lo que Omar comprendió fue que todo era una idea. ¿Qué más podría haber sido sino? Cuando pudo situarse en el instante, se le hizo imposible salir de él! Omar estaba aterrado; quería escapar, quería que el tiempo continuara pero los instantes se hacían cada vez más pequeños, hasta el infinito y cuando ató cabos, comprendió que es imposible que el tiempo exista ya que para que eso ocurra tiene que ser posible que un instante suceda a otro pero, ¿quién puede conocer el mínimo valor de un instante?

Lo peor igual estaba aún por llegar porque al estar quieto en el tiempo y tener la eternidad para pensar, todo se hizo evidente para Omar. Tanto es así que llegó a entender que así como el tiempo no puede existir por el carácter ilógico y nauseabundo del infinito, tampoco el espacio era real. La distancia entre los puntos se achicaba cada vez más hasta tal situación en que una claustrofobia horrorosa se apoderó de él impidiéndole todo tipo de movimiento. Ahora todo era claro! ¿Cómo sería posible moverse si para hacerlo hay que recorrer todo el infinito? ¿Cómo es posible pasar de un punto del espacio a otro, si en el medio hay infinitos puntos?  - El movimiento es imposible! - quiso gritar, aunque obviamente no pudo.

La idea de una risa empezó a brotar en su interior y pudo ver como el cuerpo que hasta hace un rato era suyo la emulaba. Entendió Omar que el mundo que consideraba real era únicamente una percepción, pero el placer supremo lo experimentó cuando imaginó que si todo era imposible, entonces nada era imposible, entonces todo era posible.